Volvemos al trajín diario. Carreras, trenes
que llegan o no, alternativas para ir al trabajo, prisas, compras y más
compras, atascos, ríos de gente, reloj, reloj, reloj, … A veces nos sentimos
atropellados por el tiempo, o más bien por la falta de tiempo del que decimos adolecer.
Como una necesidad perentoria, trato de contrarrestar
esa vorágine diaria con los rincones de paz que nos ofrece la vida y que en no
pocas ocasiones ni somos conscientes de que los tenemos, ni somos capaces de apreciarlos
por muy cercanos a nosotros que los tengamos. Al respecto, a menudo me vienen a
la mente las a mi juicio muy sabias palabras del cantante Manolo García cuando
en su deliciosa “Serena Barca” (2004,
Para que no se duerman mis sentidos)
dice aquello de “Y Patria, ese lugar donde el espíritu apacenta …“
Pues bien, para mí esa Patria es Yolanda, mi
mujer. En ella mora mi espíritu, tranquilo y sereno, en paz, feliz y satisfecho
de la vida y de cuanto juntos hemos recorrido, que no es poco después de más de
treinta y dos años compartiendo amor, vida, sueños, alegrías y también
sinsabores. Y es en su compañía cuando el mundo se me abre alrededor en todo su
esplendor para disfrutarlo, con toda su vitalidad. Un mundo que no pretendo
estridente, sino tranquilo y sosegado, de ritmos pausados que nos permitan
contemplar y saborear el tiempo, la vida, lo maravilloso de cuanto nos rodea.
Y ese mundo lo podemos encontrar en cualquier
rincón, en un momento cualquiera, en las cosas más sencillas. Ya sea paseando
por las veredas y campos peraleos junto a casa, por las vertiginosas gargantas e
imponentes panorámicas del pirenaico valle de Isábena, o contemplando el ajetreado
ir y venir de cigüeñas y grullas durante su paso migratorio por las dehesas
arañuelas. O deleitándonos del majestuoso vuelo de buitres y águilas dibujando
los cielos de Monfragüe, o refrescándonos en las aguas alegres de los ríos de
los Ibores, Gredos o los Pirineos. O viendo el reposado pacer de ovejas, vacas y
caballos, que sin prisa alguna van dando cuenta de sus forrajes y pastos. O sencillamente
embobados viendo a los gorriones dar de comer a sus polluelos.
Pero de entre tantos instantes imborrables, hay
uno que sublima al resto, que es cuando bajo una encina Yolanda y yo compartimos
un tranco de pan y chorizo. Y yo me declaro feliz, radicalmente feliz, mientras
aparecen ante nosotros esas sencillas y modestas mijinas de paz.
Joanca, a 17-6-2021
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