martes, 30 de agosto de 2022

AUTO ENMIENDA A LA TOTALIDAD

UNA NUEVA MIRADA SOBRE EL DESARROLLO TURÍSTICO DE NUESTROS PUEBLOS: SOSTENIBILIDAD FRENTE A MASIFICACIÓN

El río Tajo, aguas abajo del Puente de Albalat o de Carlos V (Foto: J.C,Moreno)

A veces uno yerra; como todos. Pero lo malo no es eso, sino enrocarse en el error, sin querer reconocerlo, reincidiendo en el mismo y sin aprender nada de la experiencia acumulada.

En estos tiempos en que parece que en el Campo Arañuelo se está empezando a abordar de una manera más firme la idea de promover un desarrollo turístico de la comarca, sería conveniente no repetir modelos actuales que quizá no sean tan acertados como se podría suponer a simple vista.

En este sentido, y haciendo una especie de auto enmienda a la totalidad, paso a exponer algunas reflexiones que creo no habría que dejar caer en saco roto a las primeras de cambio, solo por no pertenecer a la línea estratégica estándar establecida y que podríamos definir como “normativa”.

Supongo que una buena mayoría coincidiremos en que queremos para nuestra comarca unos pueblos con niveles de desarrollo y servicios adecuados para hacer a sus habitantes la vida mejor, más cómoda y con las necesidades cubiertas, contribuyendo así a su pervivencia. Es decir: empleo, estabilidad y servicios. Todo ello, debe lograrse de una manera sostenible para el mundo rural, dándole el valor real que se merece y que en muchas ocasiones soslayamos. Y el turismo en sí no deja de ser una herramienta económica más para contribuir a ello, pero no debe ser el “alma mater” en el que basar la supervivencia de nuestros pueblos.

En busca de esas metas y gracias al potencial patrimonial, medioambiental y paisajístico de la región extremeña, e intentando lícitamente sacar tajada de la indudable aportación del turismo a la economía española, Extremadura en su conjunto y algunas de sus comarcas en particular, llevan ya algunas décadas volcadas en lograr una parte importante de ese pastel turístico. Pero para ello, quizá nos hemos olvidado de mantener un equilibrio adecuado entre los usos y costumbres sociales y económicos de la vida rural y la explotación de los indudables recursos y atractivos naturales de nuestras comarcas.

Debo aclarar que esta revisión a mis planteamientos llevaba escrita en el cajón de los pendientes hace algunos meses, bastante antes de los aciagos días en que los incendios arrasaron importantes zonas de gran valor medioambiental, turístico y, sobre todo, humano de nuestro entorno más cercano. Tristemente, estos hechos me vienen a refrendar en mis apreciaciones.

Zona afectada por los incendios y la basura en las cercanías
del embalse de Valdecañas (Foto: J.C.Moreno).

Sin ir más lejos, a lo largo de este verano nos estamos dando cuenta cruelmente de que la terrible plaga de incendios que está asolando tanto a Extremadura como a buena parte del resto de la península ibérica podría haberse evitado, o cuanto menos limitado su impacto, bajo una buena gestión de mantenimiento de los bosques y una actividad agroganadera y del mundo rural al uso.

Así pues, lo que es bueno para unas cosas, quizá no lo sea tanto para otras. Y de ahí surge mi convicción de esta auto enmienda a la totalidad en cuanto a la visión de lo que debe ser la apuesta turística para el desarrollo de los pueblos de nuestra comarca. Una autocorrección madurada en el tiempo y alcanzada en base a escuchar la opinión de voces muy relevantes para mí y de la apreciación personal a lo largo de los años.

A modo de ejemplo, en una reciente escapada rápida a uno de los valles extremeños de mayor tirón turístico -al margen, hay que reconocer el arduo y valeroso trabajo de desarrollo y promoción llevado a cabo durante varias décadas en el mismo- pude comprobar los efectos que acarrea: masificación que copaba las travesías de la carretera por los pueblos -eso sí, llenando terrazas, bares y restaurantes, que no hay mal que por bien no venga, que dice el refrán- y sus alrededores, así como prácticamente cualquier rincón accesible del valle y de su cuenca fluvial. Mucha gente (mucho visitante, a ser posible bien provisto económicamente) y enorme dificultad para poder saborear el aroma de sus pueblos, de su entorno, de sus gargantas, etc. que tanto nos agradan. Amén de unos precios ya enfocados más al foráneo de visitas esporádicas o únicas que al cliente local/territorial recurrente. En definitiva, un ambiente más relacionado habitualmente con los destinos de playa sobresaturados.

Lamentablemente, este no es un hecho aislado, sino que el patrón se repite machaconamente cada vez en más destinos de entornos naturales o patrimoniales que han visto en el turismo masivo una sabrosa fuente de ingresos. Tanto en otros enclaves de la propia provincia cacereña, de Extremadura, como del resto de España, por delimitarnos a nuestro territorio; aunque es un fenómeno que se expande allende fronteras y que llevándose a su extremo más radical ha alcanzado incluso a la saturación en las dos cimas más altas del planeta, desde hace algunos años ya en el Everest (Himalaya), y recientemente en el K2 (Karakorum). 

Un modelo que sin duda ha servido para lanzar económicamente a esos destinos, pero que, a la larga, si no se realiza con sumo cuidado y control, puede provocar efectos contraproducentes. La saturación de los destinos y atractivos turísticos, sumada al no siempre respetuoso comportamiento que tenemos ante ellos (suciedad, vandalismo, etc.), genera un indeseado deterioro y rotura de ecosistemas en entornos naturales, enclaves paisajísticos o en el patrimonio histórico y arquitectónico existentes, cuyo estado se entiende pretendemos conservar y mantener. Además de fomentar una actitud localista e individualista que propicia una lucha feroz de cada cual, de cada pueblo, de cada territorio, por atraer cada vez a mayor número de visitantes, a veces a costa de lo que sea. En definitiva, un deterioro del destino, cuya consecuencia es la pérdida de parte de su atractivo inicial y por ende de su interés (turístico, cultural, social).

Frente a esta visión de sobreexplotación, debemos plantear por tanto un desarrollo turístico sostenible, más enfocado a la protección, conservación, puesta en valor y mantenimiento del patrimonio histórico-arquitectónico de nuestra comarca, que a la explotación turística masiva.

Es por todo ello que, reconociendo enmendarme la plana a mí mismo -reitero-, me posiciono abiertamente por la sostenibilidad, conservación y mantenimiento frente a la masificación. Afrontar un desarrollo sostenible de la comarca y de nuestros pueblos, en el que el turismo sea una palanca importante, pero no la base en la que depositar todas nuestras esperanzas de futuro.

Debemos apostar por un crecimiento estructural y sostenible de nuestra comarca, con empresas, negocios y empleo estable que creen valor añadido, desestacionalizado y enraizado en nuestros pueblos, que aporten estabilidad poblacional y económica y aporten riqueza al mundo rural, siendo la vertiente turística un apoyo importante, pero no el motor principal.

Columnas romanas de "La Cilla", en "Los Mármoles" (Foto: J.C.Moreno)















A la vez, debemos también velar por la conservación de nuestro ingente patrimonio natural, histórico, arquitectónico y cultural, compatibilizando su puesta en valor con su protección, entendiendo ésta como todo lo que lo rodea (entorno, paisaje, hábitat natural, pueblos, medios de vida, etc.), huyendo de las masificaciones y, por el contrario, potenciando sus valores autóctonos para el buen uso y mejor bienestar social, manteniendo las características que le han conferido su especial valor. Un entorno saludable y protegido, para el disfrute en especial de los habitantes del entorno, con lo que se genera una afluencia recurrente, una mayor protección por sentimiento de pertenencia y también un flujo económico.

A diferencia de otros destinos, el Campo Arañuelo es una comarca diversa y en esa diversidad tiene su gran potencial. Debemos apostar por el desarrollo sostenible frente al oportunismo y la masificación, compaginando el uso turístico con los entornos que deben mantener su encanto por la tranquilidad, valor paisajístico, patrimonial e histórico. 

Juan Carlos Moreno

martes, 6 de julio de 2021

MIJINAS DE PAZ



Volvemos al trajín diario. Carreras, trenes que llegan o no, alternativas para ir al trabajo, prisas, compras y más compras, atascos, ríos de gente, reloj, reloj, reloj, … A veces nos sentimos atropellados por el tiempo, o más bien por la falta de tiempo del que decimos adolecer.

Como una necesidad perentoria, trato de contrarrestar esa vorágine diaria con los rincones de paz que nos ofrece la vida y que en no pocas ocasiones ni somos conscientes de que los tenemos, ni somos capaces de apreciarlos por muy cercanos a nosotros que los tengamos. Al respecto, a menudo me vienen a la mente las a mi juicio muy sabias palabras del cantante Manolo García cuando en su deliciosa “Serena Barca” (2004, Para que no se duerman mis sentidos) dice aquello de “Y Patria, ese lugar donde el espíritu apacenta …“

Pues bien, para mí esa Patria es Yolanda, mi mujer. En ella mora mi espíritu, tranquilo y sereno, en paz, feliz y satisfecho de la vida y de cuanto juntos hemos recorrido, que no es poco después de más de treinta y dos años compartiendo amor, vida, sueños, alegrías y también sinsabores. Y es en su compañía cuando el mundo se me abre alrededor en todo su esplendor para disfrutarlo, con toda su vitalidad. Un mundo que no pretendo estridente, sino tranquilo y sosegado, de ritmos pausados que nos permitan contemplar y saborear el tiempo, la vida, lo maravilloso de cuanto nos rodea.

Y ese mundo lo podemos encontrar en cualquier rincón, en un momento cualquiera, en las cosas más sencillas. Ya sea paseando por las veredas y campos peraleos junto a casa, por las vertiginosas gargantas e imponentes panorámicas del pirenaico valle de Isábena, o contemplando el ajetreado ir y venir de cigüeñas y grullas durante su paso migratorio por las dehesas arañuelas. O deleitándonos del majestuoso vuelo de buitres y águilas dibujando los cielos de Monfragüe, o refrescándonos en las aguas alegres de los ríos de los Ibores, Gredos o los Pirineos. O viendo el reposado pacer de ovejas, vacas y caballos, que sin prisa alguna van dando cuenta de sus forrajes y pastos. O sencillamente embobados viendo a los gorriones dar de comer a sus polluelos.

Pero de entre tantos instantes imborrables, hay uno que sublima al resto, que es cuando bajo una encina Yolanda y yo compartimos un tranco de pan y chorizo. Y yo me declaro feliz, radicalmente feliz, mientras aparecen ante nosotros esas sencillas y modestas mijinas de paz.

Joanca, a 17-6-2021

lunes, 10 de mayo de 2021

SILENCIO, POR FAVOR



¡Silencio, por favor! Podría tratarse del toque de atención del regidor antes del consabido “Atentos, cámara, acción” de un rodaje cualquiera. Pero no, en mi caso estas palabras me surgen en la mente ante otra necesidad. A mí, en estos momentos de la vida me sugiere que deberíamos parar máquinas, frenar este ruido infernal en el que nos encontramos inmersos como sociedad. Un ruido ensordecedor que todo lo pervierte y todo lo sobredimensiona. Un ruido que resulta dañino individual y colectivamente.

¡Silencio, por favor! me reclama el ánimo. Quiero escuchar el silencio. Necesito escuchar el silencio. Necesitamos escuchar y escucharnos. Y para ello, el silencio es nuestro aliado.

¡Silencio, por favor! Basta ya de ese ruido aterrador que se cuela sin reparos por unas redes sociales cargadas de exabruptos, inquinas y muy mala leche. Basta ya del escandaloso ruido en las ciudades. Reconstruyamos de manera preventiva unos núcleos urbanos medioambientalmente sostenibles antes de que recuperen de nuevo su apogeo anterior a la pandemia, para que no se vuelvan a convertir en urbes cargadas de decibelios hasta la extenuación sonora. Basta ya de ruido y pocas nueces de una inmensa mayoría de nuestros políticos. Que callen, por favor, y que escuchen al oponente, que no debe ser enemigo, sino contrario. Que dejen de gritarse, descalificarse e insultarse (e insultarnos con su comportamiento a nosotros, sus representados) y empiecen a hablar, de manera pausada, constructiva, propositiva y respetuosa con la labor que les hemos encomendado el conjunto de la ciudadanía. Basta ya del nocivo ruido mediático de aquellos medios de comunicación que basan su razón de ser en el escándalo, la falacia y la falta de la más mínima ética y rigor informativo.

Basta ya de individualismo y de no pensar más allá de uno mismo, sólo escuchándonos a nosotros mismos, sin importarnos lo más mínimo la colectividad. Basta ya del doloroso ruido de los codazos egoístas que crecen por doquier con el único objetivo de quitar a unos para ponerse otros. Basta ya del ruido hiriente de la indiferencia, la ineptitud y la insolidaridad hacia los más débiles que nos deparan las cada vez más graves diferencias sociales.

Todo esto me provoca una necesidad imperiosa de pedir silencio, por favor. Que pare el ruido. Para poder escuchar el silencio. Para poder escuchar la vida, que con tanto ruido nos la estamos perdiendo. Quiero dejar de hablar sin parar para poder escuchar, y así aprender.

Quiero escuchar el mundo, que está lleno de maravillosos sonidos y de sugerentes silencios. Quiero escuchar al día amanecer, el susurrar del viento, el trinar de los pájaros, el crotorar de las cigüeñas y el vivo discurrir de las aguas por su lecho fluvial, o el cálido crepitar de la leña en las tardes frías de invierno. Quiero escuchar el ocaso de la tarde y el trajín de las estrellas mientras cubren la noche con su brillante presencia.

Y sobre todo, quiero tener silencio para poder escuchar sin prisas a mi mujer, Yolanda, y junto a ella, todo nuestro amor y el paso del tiempo. Un tiempo pleno en el que la falta de ruido serena el ánimo y el silencio más intenso llena los sentidos de paz.

                                                                    

                                                                                        Juan Carlos Moreno, a 7 de mayo de 2021

viernes, 28 de agosto de 2020

SANIDAD, INVESTIGACIÓN Y FORMACIÓN, UN TRINOMIO ESENCIAL PARA NUESTRO BIENESTAR

EL COVID-19 NOS RECUERDA EL PAPEL FUNDAMENTAL DE NAVALMORAL EN LA ERRADICACIÓN DE LA PANDEMIA PALÚDICA EN ESPAÑA


En la actual situación de especial gravedad a nivel mundial como consecuencia de la pandemia del Covid-19, con importante afectación también en Navalmoral y comarca, hemos descubierto que somos más vulnerables de lo que nos creíamos. Que las cosas no vienen dadas porque sí y que el bienestar de nuestras vidas se ha forjado con el esfuerzo de mucha gente a lo largo de los años en luchas por incrementar nuestros derechos y libertades. Pero también y de manera muy determinante gracias a la dedicación, entrega y tesón de numerosos científicos, investigadores, médicos y personal sanitario y auxiliar, que a lo largo de los tiempo han ido mejorando de manera significativa las condiciones de salud de nuestra sociedad, dotándonos de más adecuadas herramientas para afrontar enfermedades y ganar en calidad de vida. Una labor de la que, lamentablemente, solemos acordarnos sólo cuando nos duele algo.

Recomendaciones a la ciudadanía del Instituto Nacional
Antipalúdico. (Foto cedida por familia Lozano Olivares).
Ahora que las conversaciones a pie de calle transmutaron del fútbol o la política a la epidemiología; que cambiamos nuestra atención de las estrellas del deporte, la música o la pantalla hacia nuestros excelentes científicos -incluso algunos convertidos en virales de las redes sociales (quién no ha oído hablar por ejemplo de Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, cosa harto impensable hace tan sólo unos meses); ahora que se ha hablado extensamente de la Sanidad Pública, la Investigación y la Educación, y de su futuro, y que ha quedado meridianamente claro que se precisa de una decidida apuesta por éstas, tanto en recursos como en amparo, supervisión y titularidad públicas, vamos a ver si se traduce en realidades y no nos olvidamos de todo ello a la que empecemos a girar de nuevo a todo trapo.

El caso es que de estas circunstancias Navalmoral sabe mucho -o debería, por experiencia-, ya que no en vano estuvo en primera línea de uno de los hitos de la salud pública nacional más importantes del siglo XX, como fue la erradicación del paludismo en España, una pandemia endémica arrastrada durante siglos y cuya lucha tuvo en Navalmoral y comarca uno de sus grandes referentes, no solo a nivel nacional sino internacionalmente.

De Izq. a Der.: Rafaela, Josefa, Paquita (ATS) y Felicidad.                       
(Foto cedida por familia Lozano Olivares).
Haciendo un simple paralelismo -aún con muchos matices- entre lo que nos está tocando sobrellevar hoy día y lo vivido en las comarcas del valle del Tiétar durante la primera mitad del siglo pasado, quizá seamos capaces de valorar en mejor medida a aquel esforzado grupo de científicos, investigadores, médicos y sanitarios, que junto a sus colaboradores y ayudantes, y bajo la dirección del Instituto Nacional Antipalúdico de Navalmoral, trabajaron durante décadas con perseverancia hasta alcanzar la erradicación del paludismo en nuestro país.

Precisamente, este 26 de agosto (2020) se han cumplido 100 años de la constitución de la Comisión para el Saneamiento de las Comarcas Palúdicas; hecho que se puede considerar el inicio oficial de la lucha para la erradicación del paludismo en España.

A partir de la creación del primer dispensario y del experimento fundacional llevado a cabo en Talayuela en 1920 -que recogía los importantísimos trabajos y estudios previos realizados en la zona desde principios de siglo- y especialmente tras la creación del Instituto Nacional Antipalúdico en 1925, Navalmoral fue hasta bien entrados los años 60 del siglo pasado punto clave y referente internacional de investigación y formación científica y médica en la lucha contra una enfermedad que había castigado de manera lacerante a tantas regiones españolas durante siglos y que aún en la actualidad sigue matando a cientos de miles personas en el mundo cada año.

Muestra de ello es que en 1943 todavía se notificaron en el país cerca de medio millón de enfermos, mientras que en 1955 fueron 500 casos y en 1961 se registró el último caso de paludismo autóctono en España. La erradicación certificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) se alcanzó en 1965.

Como ha quedado patente con la irrupción de la pandemia del Covid-19, sanidad, investigación y formación constituyen un trinomio esencial para el desarrollo del bienestar de nuestra sociedad. La arquitectura médica, científica y educativa que se construyó en Navalmoral y su área de influencia en torno al Instituto Nacional Antipalúdico fueron un claro ejemplo de esa importancia y trascendencia.

Sin embargo, y de manera incomprensible, aquella gesta cayó prácticamente en el olvido durante las décadas posteriores, tanto por el desmantelamiento del Instituto Nacional Antipalúdico, como por el ostracismo al que le sometieron las autoridades del momento. De hecho, de todo el patrimonio material e inmaterial que nos legó a Navalmoral y comarca, más bien poco queda. El paso del tiempo, una memoria perezosa y unas instituciones en su día cuanto menos poco preocupadas por su pasado y su patrimonio resultaron un cóctel letal.

A pesar de la profunda marca que dejó entre la población, desde su cierre en 1964 hasta finales de siglo poco o casi nada se hizo para mantener su memoria, ni respecto del Instituto Nacional Antipalúdico, ni sobre la ardua tarea llevada a cabo por médicos, científicos, investigadores y personal asistencial, muchos de ellos vecinos de Navalmoral o de las poblaciones vecinas.

    (Foto cedida por familia Lozano Olivares).                                                 
Ya a finales de siglo, el Dr. Álvaro Lozano Olivares, eminente epidemiólogo y científico, miembro del equipo de la OMS para la erradicación de la polio, e hijo del que fuera parte decisiva en la erradicación de la pandemia en nuestro país y director del Instituto Nacional Antipalúdico de Navalmoral (desde 1939 hasta su fallecimiento en 1960), a su regreso a la ciudad morala trabajó por recuperar y poner en valor la memoria de la lucha antipalúdica. Así, tras unas primeras participaciones en las ediciones de 1995 y 1997 de los Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo y en estrecha colaboración con la División Editorial de PubliSher, en 1998 publicamos el libro biográfico sobre su padre "Vida y Obra del Dr. Álvaro Lozano Morales. La aportación de un extremeño en la lucha y erradicación del Paludismo", un impresionante documento humano, divulgativo e histórico cuyo interés fue reconocido por parte del mundo científico. Con posterioridad, apenas algunas reivindicaciones individuales y la dedicatoria de la edición de 2002 de los Coloquios a la lucha antipalúdica; hasta que en 2015 pusimos en marcha la Iniciativa del Retiro de Carlos V al fin del paludismo en Extremadura.

(Foto cedida por familia Lozano Olivares).
Inspirados en el referido libro sobre los años centrales del Instituto Antipalúdico, la Iniciativa surgió gracias al inestimable apoyo y asesoramiento del Dr. Jesús Lozano Olivares (especialista en Microbiología, Medicina Preventiva y Salud Pública y experto formador médico, a la sazón hijo y hermano de los Álvaro Lozano antes citados) y a la conjunción inicial con los intereses del empresario de actividades rurales de Losar de la Vera Carlos Antón, a través de Conyegar. El objetivo era la puesta en valor de aquel ingente patrimonio material y, sobre todo, inmaterial, con capitalidad en Navalmoral de la Mata y con dos extensiones destacadas como son el Monasterio de Yuste (donde Carlos V contrajo el paludismo, enfermedad que le causó la muerte) y el Dispensario de El Robledo, como centro asistencial de campo, triangulando un área de especial interés científico, educativo, cultural e histórico.

A pesar de la buena acogida recibida por cuantos organismos e instituciones les presentamos el proyecto (entre otros, Instituto de Salud Global de Barcelona, Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste, la farmacéutica GlaxoSmithKline, asociaciones para el desarrollo de las comarcas de La Vera (ADICOVER) y del Campo Arañuelo (ARJABOR), ayuntamientos de Losar de la Vera, Jarandilla y Navalmoral de la Mata, o Fundación Cultural Concha), en honor a la verdad debo decir que los resultados obtenidos han sido realmente escasos.

Aún y así, de aquel esfuerzo e ilusiones surgió el curso "Europa ante los desafíos globales de la Cooperación al Desarrollo. Erradicación y prevención de enfermedades endémicas: Malaria" celebrado dentro del Campus Yuste 2017, y que organizado por la Fundación Yuste en colaboración con la Universidad de Extremadura y la Iniciativa entre otros, resultó un rotundo éxito.

También fruto en buena parte de aquella idea inicial y gracias a la visión del gerente de Adicover, Quintín Correas, se fraguó la adecuación del dispensario de El Robledo como Centro de Interpretación del Paludismo, lo que permitió a Losar de la Vera incorporarse a los Itinerarios Culturales Europeos de Carlos V.

Y en los últimos tiempos, una placa conmemorativa frente al Palacio de Justicia (antiguo Instituto Antipalúdico) y un tímido anuncio (aunque bienvenido) de una exposición temporal en Navalmoral, con fecha por determinar.

En lo particular, aunque mi objetivo siempre ha sido el de avanzar mucho más en el desarrollo de estos proyectos, convencido como estoy que de trata de un elemento diferenciador de amplio recorrido, doy por bien empleados tiempo, ilusiones y esfuerzos. Y aunque me gustaría poder estar hablando hoy día de otra realidad muy distinta, sí me doy por satisfecho con al menos haber conseguido repescar aquel episodio extraordinario de la historia de nuestra ciudad.

Pero nuestra tierra y nuestras gentes merecen más. Navalmoral de la Mata cuenta con la historia, el prestigio, la capacidad e incluso el deber, no solo de rendir un merecido reconocimiento a todas aquellas personas que dedicaron buena parte de sus vidas -y en muchos casos de su salud- al servicio de la colectividad para atajar una terrible pandemia que cercenó la salud, economía y desarrollo de los municipios y habitantes del valle del Tiétar durante siglos, sino de aprovechar ese valiosísimo poso para impulsar un polo de divulgación histórica y conocimiento científico diferenciador e identificador de las capacidades de Navalmoral y los moralos, con especial atención a la formación y la investigación. El primer centenario del inicio de la lucha oficial contra el paludismo en España hubiese sido una gran excusa para haberle dado la visibilidad que le corresponde.

Curso de formación de 1943 en el Instituto Nacional Antipalúdico de Navalmoral (Foto cedida por familia Lozano Olivares).

Volviendo a la actualidad, durante estos últimos meses se ha destacado en múltiples ocasiones el trascendental e imprescindible papel que sanitarios, médicos y científicos están teniendo en la lucha contra el Covid-19, así como el de aquellos sectores que hemos descubierto esenciales para nuestro cuidado y abastecimiento, entre los que incluimos a las fuerzas y cuerpos de seguridad, alimentación, limpieza y asistencia social. Esperemos que no se nos olvide tan pronto como me temo que nos pasará, a la vista de no pocas actitudes insolidarias, incívicas y de un absurdo egocentrismo.

Con la mirada presente de los esfuerzos titánicos que se están haciendo tanto social como científicamente para vencer la enfermedad del Covid-19, quizá contemplemos y valoremos mejor la gesta alcanzada por aquel entonces.

Juan Carlos Moreno, 28-08-2020

Nota del autor: Este artículo ha sido publicado previamente y de forma extractada bajo el título "Centenario antipalúdico" en la edición impresa del diario HOY Navalmoral correspondiente al mes de Agosto 2020, así como el hiperlocal digital HOY Navalmoral de 26-08-2020, al que podéis acceder mediante el siguiente enlace: "Centenario antipalúdico".











jueves, 6 de junio de 2019

HORTA-MORALO: FÚTBOL, REENCUENTROS, UNA MAR DE EMOCIONES!

La afición morala vivió el partido en auténtico ambiente festivo (foto: Yolanda Fernández).
El primero de junio pasado, el principal equipo de fútbol de Navalmoral de la Mata, el MORALO C.P., escribió una de las páginas más significadas de su ya casi centenaria historia: La victoria a domicilio por 0-1 ante la Unió Atlètica d'Horta, que le supuso a los verdes superar la primera eliminatoria de los play-off en su camino por conseguir el ascenso a la Segunda División B del fútbol español. 


A 840 kilómetros de Navalmoral de la Mata, no perdimos la ocasión de visitar el campo del barcelonés barrio de Horta, para vivir una muy especial jornada de fútbol, reencuentros y una mar de emociones. Unas sensaciones que describí en las páginas del diario Hoy.Navalmoral


sábado, 29 de diciembre de 2018

2019


Termina 2018. A cada cuál le habrá ido la feria de una manera distinta, a unos fenomenal y a otros fatal, y a una gran mayoría nos alegrará haberlo podido transitar, que no es poco tal y como han ido las cosas. Yo estoy contento, porque lo más importante, el amor y el cariño de los míos, lo he tenido siempre a mi lado. Satisfecho pues.

Pero llega un nuevo año y todos nos llenamos de propósitos, ilusiones, esperanzas y deseos. Esos planes me los quedo para mí y los míos, para mi territorio privado que es donde deben estar. Aunque en el plano de los deseos colectivos hay muchos que deberíamos compartir, porque es cuestión de todos y cada uno de nosotros que sean posibles y dejemos a nuestros hijos, a nuestras generaciones futuras, un mundo mejor. No es de cajón que nuestros descendientes vivan peor que las generaciones actuales.

Suelo ponerme utópico en estas fechas cuando hago balances así -lo sé- pero es que sin una brizna de utopía, de ideales, de ambiciones, no avanzaríamos. O gira el mundo, o nos paramos.

Pienso en un 2019 en el que los radicalismos queden arrinconados; que pensar diferente no sea motivo de rechazo, ni de rotura de amistades y familias; que el diálogo se sobreponga a la sinrazón y la discrepancia sea asumida con respeto y normalidad; que todos seamos un poco más tolerantes y pensemos que no siempre llevamos la razón. Pienso en un 2019 en que las mujeres sean tratadas con el máximo respeto, en igualdad de condiciones que los hombres, sin humillaciones, ni maltratos, violaciones o ejecuciones sumarias a manos de los grandísimos hijosdeputa de sus parejas, que no se han enterado todavía que las mujeres no son de su propiedad. Pienso en un 2019 en que nuestros hijos y nietos sean respetados y protegidos, y que ningún malnacido les meta la mano encima o los explote; en que puedan vivir una infancia, adolescencia y juventud libre y llena de valores, como se merecen. En que cualquier persona sea respetada y admirada por ser como es, sea la que sea su sexualidad, condición, raza, color, ideología o religión; todos y cada uno de nosotros debemos ser iguales, con valores, virtudes y defectos, pero personas al fin.

Pienso en un 2019 en que seamos algo menos canallas y no abandonemos o maltratemos a nuestros perros, gatos o cualquier otra mascota que hayamos osado tener, que pobrecitos no nos han hecho nada malo, más bien al contrario.

Pienso en un 2019 en que el empleo alcance a todos los hogares y que el esfuerzo de nuestro trabajo nos permita llegar a final de mes, sin lujos pero sin miseria; con dignidad. Que todos podamos tener una existencia tranquila, en la que las preocupaciones económicas, los bancos y las eléctricas no nos ahoguen, y que se nos permita centrar nuestra cabeza en ser felices, amar en plenitud y dedicarnos a contribuir para que el mundo sea algo más amable y más justo. En que podamos disfrutar sin agobios de nuestros seres queridos, con la tranquilidad de no tener que pensar si podrás poner un plato en la mesa o mañana no será posible.

Pienso en un 2019 en que pueda sentarme tranquilo a disfrutar de Yolanda, mi mujer, mi esposa, mi amante, mi confidente, mi compañera de viaje por este mundo y los que haya, y compartir con calma cada minuto de nuestras vidas y todo nuestro amor, que después de casi 30 años sigue creciendo, a pesar de que snobs y modernos lo puedan considerar trasnochado; allá ellos y sus miserias.

Pienso en un 2019 en que pueda ver crecer a mis hijos Genís y Oriol en paz, felices y pudiendo construirse un futuro digno en una sociedad en que la ciencia y el humanismo se den la mano para desarrollar una vida más justa, igualitaria y saludable, alejada de totalitarismos e intolerancias.

Por mi parte, voy a emplear todo mi empeño en mejorar las cosas, al menos las que tengo más cerca. Si todos nos movemos un poco, igual conseguimos que la rueda empiece a girar en el sentido correcto y logremos un mundo con más amor, justicia y solidaridad.

Con los mejores deseos, Feliz Año y que 2019 nos muestre la cara más bonita del mundo, que todos nos la merecemos.


Juan Carlos Moreno, 29-12-2018.

lunes, 1 de octubre de 2018

UN RINCÓN DE FELICIDAD


Un remanso de paz, una porción de paraíso, un rincón de felicidad,... dilo como quieras, pero eso es ese pequeño hilo de agua y vegetación que se hunde en el valle que conforma el río Viejas entre el Cerro del Avellano y la Sierra de Rontomez, en su postrer camino antes de confluir y ceder sus aguas puras al río Ibor.

A escasos cuatro kilómetros de la localidad cacereña de Castañar de Ibor por la carretera EX-386 que enlaza ésta con Robledollano y Deleitosa, y un poco más adelante de la piscina natural de Castañar y de la denominada Junta de los Ríos, en un giro del antiguo trazado de la carretera en desuso, tras un pequeño camino rodado de varias decenas de metros se alcanza una pequeña balsa represada en el cauce del río Viejas, bajo las imponentes laderas del Cerro del Avellano, que la preside hacia el sur.

A pocos metros, antes de la balsa cauce arriba, se nos abre este pequeño paraíso natural por el que discurren las cristalinas aguas del Viejas, que tras su agreste recorrido desde las cumbres de las Villuercas, se amansan en el último tramo para acabar aportando su caudal al gran río del valle principal, el Ibor.

Durante los meses de estío, en su breve trazado entre la piscifactoría existente a las puertas del valle que lleva su mismo nombre y la junta de los ríos, la densa vegetación ribereña que acompaña a las alegres pero serenas aguas del río Viejas nos mantiene al cobijo de las altas temperaturas. Y así es como una humilde y discreta porción de naturaleza te puede deparar un regalo de incalculable valor.

Corría la infernal primera semana de agosto del verano pasado (2018) durante la que los termómetros quisieron batir récords. Yolanda y yo habíamos llegado el día anterior a nuestro destino en los muy acogedores chozos de Carrascalejo, en la comarca de la Jara cacereña. Con el fin de intentar encontrar algo de fresco, decidimos saltar la Sierra de Altamira a través del panorámico collado de Arrebatacapas y acercarnos al valle del Ibor por Navatrasierra. Un frondoso itinerario de 37 serpenteantes kilómetros que atraviesan además de Altamira, la Sierra del Hospital del Obispo y la de la Palomera, con un espectacular descenso final a vista de pájaro sobre la Garganta Honda, antes de incorporarnos a la carretera Navalmoral-Guadalupe (EX-118), cerca de Navalvillar de Ibor, desde donde valle abajo llegamos en unos minutos a Castañar de Ibor.

Lejos de nuestras expectativas y a pesar de la belleza del recorrido, el resultado no pudo ser más desolador: cansancio y agobio extremos causados por el sofocante calor de unas infernales temperaturas, que por añadido estaban afectando duramente a nuestra perrita Laia, de pelo negro abundante y poco amiga del agua. Incluso era incapaz de poner sus patas al suelo, ya que éste ardía y le provocaba quemazón en las almohadillas de pies y manos. Lo cierto es que no recordaba yo nada igual, a pesar de los fuertes calores veraniegos habituales por estos lares.

Pero esta tierra nuestra siempre nos guarda sorpresas agradables; es lo que tiene. Cuando ya dábamos el día por resuelto, una pausada estancia en la terraza del restaurante del Hostal Solaire, en Castañar, y su reconstituyente almuerzo a base de una exquisita ensalada, queso de la tierra y magro, nos repusieron el ánimo y las fuerzas, con lo que decidimos acercarnos a ese discreto rincón del Viejas, que ya conocíamos de anteriores ocasiones, con el fin de refrescarnos un poco.

Así fue como una vez más pudimos disfrutar de esa sensación de profunda calma, de ese silencio ruidoso del agua avanzando rauda hacia su destino, haciendo crepitar los cantos rodados y piedras del lecho a su paso; del suave balanceo de las hojas mecidas en los majestuosos alisos que se yerguen a sus orillas, generando un agradable refugio bajo su manto, o del variopinto piar y trinar de los pajarillos que moran en su interior.

Y allí, en medio de aquel pequeño curso de agua, con los pies hundidos (incluso nuestra perrita, tan poco amiga de mojarse) y sentados sobre una piedra, o acolchados por la hierba de la orilla, dejando pasar la tarde sin prisas ni preocupaciones, hallamos nuestro remanso de paz, nuestra porción de paraíso, nuestro rincón de felicidad.

Juan Carlos Moreno, a 28-9-2018.