miércoles, 30 de julio de 2014

ESCUCHANDO EL SILENCIO EN UN VALLE PIRENAICO

El poblado principal de Àreu, un paraíso en plena Vallferrera. (Foto: Juan Carlos Moreno)
"Aquí se viene a escuchar el silencio". Con ese cartel recibe al viajero el pueblo de Àreu, una pequeña y coqueta localidad ubicada en el fondo de la Vall Ferrera, en el corazón del Pirineo de Lleida. 
El Noguera de la Vallferrera cerca del viejo molino
(Foto: J.C.Moreno)

¡Cuánta razón contiene ese mensaje de bienvenida! En el caserío de Àreu, a 1.220 metros sobre el nivel del mar y a los pies de la Pica d'Estats (que con sus 3.143 m. de altitud es el punto culminante de Catalunya), apenas se escucha la civilización.

Iglesia Románica de Sant Feliu
(Foto:Juan Carlos Moreno)
La naturaleza aquí rinde homenaje a la calma y a la paz. Hay que venir sin prisas y disfrutar de ese silencio que se escucha intenso y sereno. Qué placer más infinito sentarse junto al río La Noguera de la Vall Ferrera y pasar la tarde escuchando el gorgoteo de las aguas provenientes de las altas cimas en su apresurado viaje valle abajo, sólo interrumpido por el piar de los pajarillos que revolotean a media altura a la espera del crepúsculo.

Cuando cae la tarde y la oscuridad toma asiento en el fondo del valle, la naturaleza se adormece haciendo aún más profundo ese silencio ensordecedor, que tiene como protagonista el frío seco y duro que agita las pinedas que pueblan exuberantes las laderas pirenaicas de altas cumbres del Monteixo y la Sierra de Costuix, custodias protectoras de los lugareños afincados en el acogedor pueblo de Àreu.  

Un remanso de paz y silencio se apodera del valle cuando cae la tarde. Al fondo, el Monteixo o Puig d'Àreu, de 2.905 m (Foto: J.C.Moreno)
Y tras la tormenta vespertina de rigor de finales de junio, de una buena cena en el Hostal Vall Ferrera que nos atendió con gran amabilidad y dulzura, y de disfrutar de una estrellada cúpula celeste durante unos minutos, terminamos el día con la gran certeza de haber gozado escuchando el silencio más absoluto.

Juan Carlos Moreno, 30-7-14




martes, 22 de julio de 2014

LA CAMPANA DE LA MATA, OTRA GRAN OLVIDADA

Ruinas de San Gregorio (Iglesia de Santa María de la Mata) Foto: Yolanda Fernández

       Cuando desde Navalmoral tomamos la carretera hacia Peraleda de la Mata y Guadalupe, una vez pasado el enlace con la A-V, a unos cientos de metros y a mano izquierda, muy cerca de la calzada, destaca una torre campanario y algunos muros aledaños en estado ruinoso, en el que sus únicos moradores son desde hace algunos años una decena aproximada de cigüeñas. Son las ruinas de San Gregrorio.

               Se trata de otra de las edificaciones medievales con mayor valor histórico de la zona y que se mantiene en el más absoluto de los olvidos, a pesar de estar tan a la vista de miles y miles de personas en su caminar o circular dirección a la vecina Peraleda de la Mata o de paso hacia las comarcas de Los Ibores, Las Villuercas o la puebla de Guadalupe.

          A simple vista parecen unas ruinas sin más, como tantas otras jalonan el paisaje extremeño, pero para la historia del Campo Arañuelo tienen un significado especial. En su día, allá por el s. XIV, estos muros fueron la flamante Iglesia de Santa María de la Mata, sede y cabecera del Concejo de la Campana de la Mata, una institución medieval promovida por la Iglesia, que tuvo una función cívico-religiosa a especie de organización mancomunal de las aldeas de la zona (en principio Santa María, Navalmoral, Valaparaíso, Torviscoso y Malhincada, a las que se sumaron más tarde Millanes, Talayuela y Peraleda de la Mata). Una organización que despareció para siempre con la Desamortización de Madoz en 1855.

            Las ruinas de San Gregorio pertenecen actualmente a Peraleda de la Mata y salvo el vallado que delimita la finca de Valparaíso con la carretera nada protege estas ruinas, de las que quedan apenas la torre y algunos muros de la portada principal y del ábside, sobre los que viven afincadas prácticamente todo el año una pequeña colonia de cigüeñas. Ni un triste cartel indicador referenciando la naturaleza del edificio y la importancia histórica que alberga.

            Evidentemente no se trata de una reivindicación nueva ni original sino de algo que es latente en el tiempo, como puedo comprobar al repasar el estudio “Estado del patrimonio artístico y arqueológico en las comarcas del Campo Arañuelo, La Jara y los Ibores” que presentó el historiador y arqueólogo moralo Antonio González Cordero en los V Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo (1998). Ya entonces, en el estudio realizado en colaboración con la Asociación de Arqueología “Ausgustóbriga”, González Cordero recomendaba un “programa de consolidación, limpieza y puesta en valor de edificios religiosos aislados” en la zona, “especialmente el de Santa María de la Mata, edificio de importancia histórica para la Campana de la Mata”, considerando “necesaria la creación de una pequeña infraestructura de mantenimiento y la instalación de carteles informativos”.

            Pues eso, como en muchos casos, ha pasado el tiempo y nada de nada. A seguir perdiendo patrimonio. Con lo simple que sería la consolidación de las ruinas –compatibilizando el hábitat de las cigüeñas como en tantos otros edificios extremeños-, una adecuada protección para evitar visitas indeseables y añadir una buena información arqueológica, histórica y natural del paraje, para conocimiento y mejor disfrute del visitante.

                                                                                       Juan Carlos Moreno, a 22-7-14


martes, 8 de julio de 2014

SALVEMOS EL CASTILLO DE BELVÍS DE MONROY


     Hace algo más de un año escribía en la edición impresa de Hoy Navalmoral sobre el estado de abandono en que se encontraba el Castillo medieval de Belvís de Monroy, lo que estaba provocando un rápido deterioro del recinto y edificaciones anexas.


       El Castillo de Belvís (s.XIII a XVII) supone un importante patrimonio arquitectónico para el Campo Arañuelo y uno de los referentes destacados de su historia. Lamentablemente un año después todo sigue prácticamente igual o peor: Abandono absoluto.


       La propiedad del Castillo no hace nada por mantenerlo y su deterioro empieza a ser muy acuciante, casi ruinoso. Y los representantes públicos no se ponen de acuerdo para intervenir anteponiendo intereses partidistas y personales al bien común. Sólo desde algunas iniciativas particulares (como la de Javier Timón, cronista oficial de Belvís de Monroy), con mucho tesón y voluntad, se está luchando contra la apatía de instituciones y propiedad para conseguir su conservación, consolidación y recuperación.

       Necesitamos sumar esfuerzos. O actuamos pronto o perderemos el Castillo para siempre. Súmate!!!


                                                                                                                  Juan Carlos Moreno, 8-7-14