lunes, 1 de octubre de 2018

UN RINCÓN DE FELICIDAD


Un remanso de paz, una porción de paraíso, un rincón de felicidad,... dilo como quieras, pero eso es ese pequeño hilo de agua y vegetación que se hunde en el valle que conforma el río Viejas entre el Cerro del Avellano y la Sierra de Rontomez, en su postrer camino antes de confluir y ceder sus aguas puras al río Ibor.

A escasos cuatro kilómetros de la localidad cacereña de Castañar de Ibor por la carretera EX-386 que enlaza ésta con Robledollano y Deleitosa, y un poco más adelante de la piscina natural de Castañar y de la denominada Junta de los Ríos, en un giro del antiguo trazado de la carretera en desuso, tras un pequeño camino rodado de varias decenas de metros se alcanza una pequeña balsa represada en el cauce del río Viejas, bajo las imponentes laderas del Cerro del Avellano, que la preside hacia el sur.

A pocos metros, antes de la balsa cauce arriba, se nos abre este pequeño paraíso natural por el que discurren las cristalinas aguas del Viejas, que tras su agreste recorrido desde las cumbres de las Villuercas, se amansan en el último tramo para acabar aportando su caudal al gran río del valle principal, el Ibor.

Durante los meses de estío, en su breve trazado entre la piscifactoría existente a las puertas del valle que lleva su mismo nombre y la junta de los ríos, la densa vegetación ribereña que acompaña a las alegres pero serenas aguas del río Viejas nos mantiene al cobijo de las altas temperaturas. Y así es como una humilde y discreta porción de naturaleza te puede deparar un regalo de incalculable valor.

Corría la infernal primera semana de agosto del verano pasado (2018) durante la que los termómetros quisieron batir récords. Yolanda y yo habíamos llegado el día anterior a nuestro destino en los muy acogedores chozos de Carrascalejo, en la comarca de la Jara cacereña. Con el fin de intentar encontrar algo de fresco, decidimos saltar la Sierra de Altamira a través del panorámico collado de Arrebatacapas y acercarnos al valle del Ibor por Navatrasierra. Un frondoso itinerario de 37 serpenteantes kilómetros que atraviesan además de Altamira, la Sierra del Hospital del Obispo y la de la Palomera, con un espectacular descenso final a vista de pájaro sobre la Garganta Honda, antes de incorporarnos a la carretera Navalmoral-Guadalupe (EX-118), cerca de Navalvillar de Ibor, desde donde valle abajo llegamos en unos minutos a Castañar de Ibor.

Lejos de nuestras expectativas y a pesar de la belleza del recorrido, el resultado no pudo ser más desolador: cansancio y agobio extremos causados por el sofocante calor de unas infernales temperaturas, que por añadido estaban afectando duramente a nuestra perrita Laia, de pelo negro abundante y poco amiga del agua. Incluso era incapaz de poner sus patas al suelo, ya que éste ardía y le provocaba quemazón en las almohadillas de pies y manos. Lo cierto es que no recordaba yo nada igual, a pesar de los fuertes calores veraniegos habituales por estos lares.

Pero esta tierra nuestra siempre nos guarda sorpresas agradables; es lo que tiene. Cuando ya dábamos el día por resuelto, una pausada estancia en la terraza del restaurante del Hostal Solaire, en Castañar, y su reconstituyente almuerzo a base de una exquisita ensalada, queso de la tierra y magro, nos repusieron el ánimo y las fuerzas, con lo que decidimos acercarnos a ese discreto rincón del Viejas, que ya conocíamos de anteriores ocasiones, con el fin de refrescarnos un poco.

Así fue como una vez más pudimos disfrutar de esa sensación de profunda calma, de ese silencio ruidoso del agua avanzando rauda hacia su destino, haciendo crepitar los cantos rodados y piedras del lecho a su paso; del suave balanceo de las hojas mecidas en los majestuosos alisos que se yerguen a sus orillas, generando un agradable refugio bajo su manto, o del variopinto piar y trinar de los pajarillos que moran en su interior.

Y allí, en medio de aquel pequeño curso de agua, con los pies hundidos (incluso nuestra perrita, tan poco amiga de mojarse) y sentados sobre una piedra, o acolchados por la hierba de la orilla, dejando pasar la tarde sin prisas ni preocupaciones, hallamos nuestro remanso de paz, nuestra porción de paraíso, nuestro rincón de felicidad.

Juan Carlos Moreno, a 28-9-2018.