lunes, 27 de octubre de 2014

RECORDANDO A LA ENCINA GORDA DE NAVALMORAL

la "Encina Grande" de Navalmoral o "la Marquesa" aún en todo su esplendor. 
A raíz de la anterior entrada en mi blog "Moralo y.", bajo el título "LA DEHESA SE PREPARA PARA UNA NUEVA INVERNADA", en la que refrescaba alguna de las más agradables sensaciones vividas en las dehesas arañuelas, tuve el enorme placer de recibir vía twitter unos comentarios muy de agradecer por parte de Ángel Moreno, un jubilado extremeño, tocayo de apellido, que hace unos lustros conoció las tierras arañuelas y hoy día, como nosotros, también reside fuera.

Convertido ya en un buen amigo, Ángel me comentó que cuando ve una encina lo siente muy adentro. Ese es un sentimiento que comparto de manera muy especial e intensa con mi mujer Yolanda. Así que la confidencia sincerada de Ángel me llegó a lo más profundo y le prometí una encina.

Los negativos, conservados con celo durante 25 años.
Foto: Juan Carlos Moreno
Pues ahí va el cumplimiento de lo ofrecido. Para hacer frente a tal reto, he rebuscado en mi cartera y he rescatado del papel protector un negativo que conservo celosamente desde hace casi 25 años, aunque no me acuerdo muy bien cómo llegaron a parar a mis manos; y después de un cuarto de siglo ahí siguen los negativos, entre mis recuerdos preciados. Se trata de una imagen que por desgracia hoy día ya no podemos obtener, pero que durante muchos años, cientos, representó a la especie como pocas: la Encina Grande de Navalmoral, también conocida por Encina Gorda o Encina la Marquesa. Un ejemplar único, considerado el Símbolo vegetal de Extremadura, así como la encina más bonita y mejor formada de la especie. En este sentido, cabe señalar que siempre existió una cierta rivalidad con la Terrona de Zarza de Montánchez, un ejemplar contemporáneo a la Marquesa, quizás algo mayor en dimensiones pero de formas no tan perfectas como la encina morala. Eso sí, la Terrona, a pesar de sus achaques, sigue en pie gracias a los buenos cuidados que recibe mientras que la Marquesa murió a principios de la actual década a pesar de los mimos y desvelos que recibió de sus cuidadores.

Trabajos de poda y curado de la
Encina Gorda durante la
VII Semana Verde de Navalmoral
(1990). Foto: Juan Carlos Moreno
La Encina Gorda se hallaba en Navalmoral de la Mata, a 5 kilómetros al nordeste del casco urbano, en la Dehesa del Matadero y a pie de la Colada del Camino de Carrasco, que une la ciudad morala con Talayuela. Se le calculaban unos 800 años de vida y estaba considerada uno de los mejores ejemplares de encina extremeña. Sus medidas eran realmente espectaculares, como se puede apreciar en la fotografía: 17 metros de altura, 29 metros de diámetro de copa, y 4,7 metros de circunferencia en su tronco. Se cuenta que bajo su copa podían guarecerse del sol hasta un millar de ovejas. Estas dimensiones sólo son superadas ligeramente por la encina Terrona. La Encina Gorda era por tanto todo un símbolo y estandarte del Campo Arañuelo y de sus dehesas.

La Encina Grande de Navalmoral recibía también el nombre de la Marquesa, a raíz de que aquellas dehesas pertenecieron antiguamente y hasta la República a los Marqueses de Comillas. Por deseo de la Señora de la Casa aquella encina no era podada, con lo que su crecimiento no se frenó.

Durante las últimas décadas de su vida, la Encina Gorda recibió unos excelentes cuidados por parte del Centro de Formación Agraria de Navalmoral, que durante su época como Escuela de Capacitación y Experiencias Agrarias de Navalmoral y bajo la dirección de Martín Bastos Martín recibió el premio "Sistemas Naturales" otorgado por el Grupo de Estudios del Medio Ambiente e Extremadura (GEMAEX), entre otros valores "por su celo en la conservación de la Encina Grande de Extremadura".

Pero a pesar de aquellos esfuerzos, los ataques de las orugas, la sequía de los últimos años y finalmente la caída de un rayo en 2007 que le dió de lleno, hicieron entrar en un proceso irreversible a la encina más emblemática del Campo Arañuelo y de Extremadura, que la condujeron al fin de su magnífica historia. Ahora, lo que nos queda son sus restos y su gran recuerdo.


Juan Carlos Moreno, 27-10-14


miércoles, 22 de octubre de 2014

LA DEHESA SE PREPARA PARA UNA NUEVA INVERNADA

Vereda de Casatejada a Toril, con el Palacio de las Cabezas al fondo. Foto: Juan Carlos Moreno
Miro el tiempo en Navalmoral de la Mata: todavía 27 grados actuales y unas mínimas de 20. De escándalo para las fechas que corren. Pero el calendario sigue su curso, el otoño pronto nos adentrará los primeros fríos, las lluvias persistentes y las primeras nieves cubrirán las cumbres de Gredos.

Las temperaturas se endurecerán y el agua empapará los suelos quemados por el estío. Las extensas dehesas arañuelas se vestirán progresivamente con un acogedor manto verde a la espera de que encinas y alcornoques concluyan la maduración otoñal de sus frutos y salpiquen de bellotas el suelo.

Así, siguiendo el ciclo natural, en unos pocos días, en unas semanas a lo sumo, a golpe de frío, sol y agua, ese hábitat tan particular de Extremadura y del Campo Arañuelo que es la Dehesa, se va preparando para la invernada y para recibir a los nuevos contingentes de rebaños de la trashumancia, que llegarán por el Puerto del Pico huyendo de las frías comarcas abulenses y leonesas.
Los rebaños trashumantes atraviesan la Cañada Real por Navalmoral camino de su invernada en las dehesas arañuelas.
Foto: Juan Carlos Moreno

Lo harán a través de la Cañada Real Leonesa Occidental, que entra en nuestra comarca por la Casa del Venturo, en el límite con la provincia de Toledo y tras recorrer 54,5 km por tierras arañuelas la abandona en el Puerto de Miravete, camino de los llanos trujillanos. Por el camino, habrá derivado las cabezas de ganado hacia las distintas dehesas de la comarca a través de cordeles y veredas, en una red sofisticada de la que hablaré en otro artículo.

Durante la creación de la red de senderos de Arjabor tuve la ocasión de descubrir y disfrutar muchos rincones magníficos que nos ofrecen las dehesas arañuelas. Pasear por suaves alfombras verdes entre centenarios encinares y alcornocales, desnudos de su abrigo de corcho; mezclarse con los rebaños de merinas camino de su pastura invernal, o sentarse paciente a contemplar el vuelo de cigüeñas y garzas e incluso el paso de las grullas, deleitando un tranco de pan, amenizado de buen queso y longaniza son exquisitos placeres que nos brinda la dehesa arañuela para colmarnos de una serena paz interior.


Juan Carlos Moreno, 22-10-14