sábado, 29 de diciembre de 2018

2019


Termina 2018. A cada cuál le habrá ido la feria de una manera distinta, a unos fenomenal y a otros fatal, y a una gran mayoría nos alegrará haberlo podido transitar, que no es poco tal y como han ido las cosas. Yo estoy contento, porque lo más importante, el amor y el cariño de los míos, lo he tenido siempre a mi lado. Satisfecho pues.

Pero llega un nuevo año y todos nos llenamos de propósitos, ilusiones, esperanzas y deseos. Esos planes me los quedo para mí y los míos, para mi territorio privado que es donde deben estar. Aunque en el plano de los deseos colectivos hay muchos que deberíamos compartir, porque es cuestión de todos y cada uno de nosotros que sean posibles y dejemos a nuestros hijos, a nuestras generaciones futuras, un mundo mejor. No es de cajón que nuestros descendientes vivan peor que las generaciones actuales.

Suelo ponerme utópico en estas fechas cuando hago balances así -lo sé- pero es que sin una brizna de utopía, de ideales, de ambiciones, no avanzaríamos. O gira el mundo, o nos paramos.

Pienso en un 2019 en el que los radicalismos queden arrinconados; que pensar diferente no sea motivo de rechazo, ni de rotura de amistades y familias; que el diálogo se sobreponga a la sinrazón y la discrepancia sea asumida con respeto y normalidad; que todos seamos un poco más tolerantes y pensemos que no siempre llevamos la razón. Pienso en un 2019 en que las mujeres sean tratadas con el máximo respeto, en igualdad de condiciones que los hombres, sin humillaciones, ni maltratos, violaciones o ejecuciones sumarias a manos de los grandísimos hijosdeputa de sus parejas, que no se han enterado todavía que las mujeres no son de su propiedad. Pienso en un 2019 en que nuestros hijos y nietos sean respetados y protegidos, y que ningún malnacido les meta la mano encima o los explote; en que puedan vivir una infancia, adolescencia y juventud libre y llena de valores, como se merecen. En que cualquier persona sea respetada y admirada por ser como es, sea la que sea su sexualidad, condición, raza, color, ideología o religión; todos y cada uno de nosotros debemos ser iguales, con valores, virtudes y defectos, pero personas al fin.

Pienso en un 2019 en que seamos algo menos canallas y no abandonemos o maltratemos a nuestros perros, gatos o cualquier otra mascota que hayamos osado tener, que pobrecitos no nos han hecho nada malo, más bien al contrario.

Pienso en un 2019 en que el empleo alcance a todos los hogares y que el esfuerzo de nuestro trabajo nos permita llegar a final de mes, sin lujos pero sin miseria; con dignidad. Que todos podamos tener una existencia tranquila, en la que las preocupaciones económicas, los bancos y las eléctricas no nos ahoguen, y que se nos permita centrar nuestra cabeza en ser felices, amar en plenitud y dedicarnos a contribuir para que el mundo sea algo más amable y más justo. En que podamos disfrutar sin agobios de nuestros seres queridos, con la tranquilidad de no tener que pensar si podrás poner un plato en la mesa o mañana no será posible.

Pienso en un 2019 en que pueda sentarme tranquilo a disfrutar de Yolanda, mi mujer, mi esposa, mi amante, mi confidente, mi compañera de viaje por este mundo y los que haya, y compartir con calma cada minuto de nuestras vidas y todo nuestro amor, que después de casi 30 años sigue creciendo, a pesar de que snobs y modernos lo puedan considerar trasnochado; allá ellos y sus miserias.

Pienso en un 2019 en que pueda ver crecer a mis hijos Genís y Oriol en paz, felices y pudiendo construirse un futuro digno en una sociedad en que la ciencia y el humanismo se den la mano para desarrollar una vida más justa, igualitaria y saludable, alejada de totalitarismos e intolerancias.

Por mi parte, voy a emplear todo mi empeño en mejorar las cosas, al menos las que tengo más cerca. Si todos nos movemos un poco, igual conseguimos que la rueda empiece a girar en el sentido correcto y logremos un mundo con más amor, justicia y solidaridad.

Con los mejores deseos, Feliz Año y que 2019 nos muestre la cara más bonita del mundo, que todos nos la merecemos.


Juan Carlos Moreno, 29-12-2018.

lunes, 1 de octubre de 2018

UN RINCÓN DE FELICIDAD


Un remanso de paz, una porción de paraíso, un rincón de felicidad,... dilo como quieras, pero eso es ese pequeño hilo de agua y vegetación que se hunde en el valle que conforma el río Viejas entre el Cerro del Avellano y la Sierra de Rontomez, en su postrer camino antes de confluir y ceder sus aguas puras al río Ibor.

A escasos cuatro kilómetros de la localidad cacereña de Castañar de Ibor por la carretera EX-386 que enlaza ésta con Robledollano y Deleitosa, y un poco más adelante de la piscina natural de Castañar y de la denominada Junta de los Ríos, en un giro del antiguo trazado de la carretera en desuso, tras un pequeño camino rodado de varias decenas de metros se alcanza una pequeña balsa represada en el cauce del río Viejas, bajo las imponentes laderas del Cerro del Avellano, que la preside hacia el sur.

A pocos metros, antes de la balsa cauce arriba, se nos abre este pequeño paraíso natural por el que discurren las cristalinas aguas del Viejas, que tras su agreste recorrido desde las cumbres de las Villuercas, se amansan en el último tramo para acabar aportando su caudal al gran río del valle principal, el Ibor.

Durante los meses de estío, en su breve trazado entre la piscifactoría existente a las puertas del valle que lleva su mismo nombre y la junta de los ríos, la densa vegetación ribereña que acompaña a las alegres pero serenas aguas del río Viejas nos mantiene al cobijo de las altas temperaturas. Y así es como una humilde y discreta porción de naturaleza te puede deparar un regalo de incalculable valor.

Corría la infernal primera semana de agosto del verano pasado (2018) durante la que los termómetros quisieron batir récords. Yolanda y yo habíamos llegado el día anterior a nuestro destino en los muy acogedores chozos de Carrascalejo, en la comarca de la Jara cacereña. Con el fin de intentar encontrar algo de fresco, decidimos saltar la Sierra de Altamira a través del panorámico collado de Arrebatacapas y acercarnos al valle del Ibor por Navatrasierra. Un frondoso itinerario de 37 serpenteantes kilómetros que atraviesan además de Altamira, la Sierra del Hospital del Obispo y la de la Palomera, con un espectacular descenso final a vista de pájaro sobre la Garganta Honda, antes de incorporarnos a la carretera Navalmoral-Guadalupe (EX-118), cerca de Navalvillar de Ibor, desde donde valle abajo llegamos en unos minutos a Castañar de Ibor.

Lejos de nuestras expectativas y a pesar de la belleza del recorrido, el resultado no pudo ser más desolador: cansancio y agobio extremos causados por el sofocante calor de unas infernales temperaturas, que por añadido estaban afectando duramente a nuestra perrita Laia, de pelo negro abundante y poco amiga del agua. Incluso era incapaz de poner sus patas al suelo, ya que éste ardía y le provocaba quemazón en las almohadillas de pies y manos. Lo cierto es que no recordaba yo nada igual, a pesar de los fuertes calores veraniegos habituales por estos lares.

Pero esta tierra nuestra siempre nos guarda sorpresas agradables; es lo que tiene. Cuando ya dábamos el día por resuelto, una pausada estancia en la terraza del restaurante del Hostal Solaire, en Castañar, y su reconstituyente almuerzo a base de una exquisita ensalada, queso de la tierra y magro, nos repusieron el ánimo y las fuerzas, con lo que decidimos acercarnos a ese discreto rincón del Viejas, que ya conocíamos de anteriores ocasiones, con el fin de refrescarnos un poco.

Así fue como una vez más pudimos disfrutar de esa sensación de profunda calma, de ese silencio ruidoso del agua avanzando rauda hacia su destino, haciendo crepitar los cantos rodados y piedras del lecho a su paso; del suave balanceo de las hojas mecidas en los majestuosos alisos que se yerguen a sus orillas, generando un agradable refugio bajo su manto, o del variopinto piar y trinar de los pajarillos que moran en su interior.

Y allí, en medio de aquel pequeño curso de agua, con los pies hundidos (incluso nuestra perrita, tan poco amiga de mojarse) y sentados sobre una piedra, o acolchados por la hierba de la orilla, dejando pasar la tarde sin prisas ni preocupaciones, hallamos nuestro remanso de paz, nuestra porción de paraíso, nuestro rincón de felicidad.

Juan Carlos Moreno, a 28-9-2018.