martes, 30 de agosto de 2022

AUTO ENMIENDA A LA TOTALIDAD

UNA NUEVA MIRADA SOBRE EL DESARROLLO TURÍSTICO DE NUESTROS PUEBLOS: SOSTENIBILIDAD FRENTE A MASIFICACIÓN

El río Tajo, aguas abajo del Puente de Albalat o de Carlos V (Foto: J.C,Moreno)

A veces uno yerra; como todos. Pero lo malo no es eso, sino enrocarse en el error, sin querer reconocerlo, reincidiendo en el mismo y sin aprender nada de la experiencia acumulada.

En estos tiempos en que parece que en el Campo Arañuelo se está empezando a abordar de una manera más firme la idea de promover un desarrollo turístico de la comarca, sería conveniente no repetir modelos actuales que quizá no sean tan acertados como se podría suponer a simple vista.

En este sentido, y haciendo una especie de auto enmienda a la totalidad, paso a exponer algunas reflexiones que creo no habría que dejar caer en saco roto a las primeras de cambio, solo por no pertenecer a la línea estratégica estándar establecida y que podríamos definir como “normativa”.

Supongo que una buena mayoría coincidiremos en que queremos para nuestra comarca unos pueblos con niveles de desarrollo y servicios adecuados para hacer a sus habitantes la vida mejor, más cómoda y con las necesidades cubiertas, contribuyendo así a su pervivencia. Es decir: empleo, estabilidad y servicios. Todo ello, debe lograrse de una manera sostenible para el mundo rural, dándole el valor real que se merece y que en muchas ocasiones soslayamos. Y el turismo en sí no deja de ser una herramienta económica más para contribuir a ello, pero no debe ser el “alma mater” en el que basar la supervivencia de nuestros pueblos.

En busca de esas metas y gracias al potencial patrimonial, medioambiental y paisajístico de la región extremeña, e intentando lícitamente sacar tajada de la indudable aportación del turismo a la economía española, Extremadura en su conjunto y algunas de sus comarcas en particular, llevan ya algunas décadas volcadas en lograr una parte importante de ese pastel turístico. Pero para ello, quizá nos hemos olvidado de mantener un equilibrio adecuado entre los usos y costumbres sociales y económicos de la vida rural y la explotación de los indudables recursos y atractivos naturales de nuestras comarcas.

Debo aclarar que esta revisión a mis planteamientos llevaba escrita en el cajón de los pendientes hace algunos meses, bastante antes de los aciagos días en que los incendios arrasaron importantes zonas de gran valor medioambiental, turístico y, sobre todo, humano de nuestro entorno más cercano. Tristemente, estos hechos me vienen a refrendar en mis apreciaciones.

Zona afectada por los incendios y la basura en las cercanías
del embalse de Valdecañas (Foto: J.C.Moreno).

Sin ir más lejos, a lo largo de este verano nos estamos dando cuenta cruelmente de que la terrible plaga de incendios que está asolando tanto a Extremadura como a buena parte del resto de la península ibérica podría haberse evitado, o cuanto menos limitado su impacto, bajo una buena gestión de mantenimiento de los bosques y una actividad agroganadera y del mundo rural al uso.

Así pues, lo que es bueno para unas cosas, quizá no lo sea tanto para otras. Y de ahí surge mi convicción de esta auto enmienda a la totalidad en cuanto a la visión de lo que debe ser la apuesta turística para el desarrollo de los pueblos de nuestra comarca. Una autocorrección madurada en el tiempo y alcanzada en base a escuchar la opinión de voces muy relevantes para mí y de la apreciación personal a lo largo de los años.

A modo de ejemplo, en una reciente escapada rápida a uno de los valles extremeños de mayor tirón turístico -al margen, hay que reconocer el arduo y valeroso trabajo de desarrollo y promoción llevado a cabo durante varias décadas en el mismo- pude comprobar los efectos que acarrea: masificación que copaba las travesías de la carretera por los pueblos -eso sí, llenando terrazas, bares y restaurantes, que no hay mal que por bien no venga, que dice el refrán- y sus alrededores, así como prácticamente cualquier rincón accesible del valle y de su cuenca fluvial. Mucha gente (mucho visitante, a ser posible bien provisto económicamente) y enorme dificultad para poder saborear el aroma de sus pueblos, de su entorno, de sus gargantas, etc. que tanto nos agradan. Amén de unos precios ya enfocados más al foráneo de visitas esporádicas o únicas que al cliente local/territorial recurrente. En definitiva, un ambiente más relacionado habitualmente con los destinos de playa sobresaturados.

Lamentablemente, este no es un hecho aislado, sino que el patrón se repite machaconamente cada vez en más destinos de entornos naturales o patrimoniales que han visto en el turismo masivo una sabrosa fuente de ingresos. Tanto en otros enclaves de la propia provincia cacereña, de Extremadura, como del resto de España, por delimitarnos a nuestro territorio; aunque es un fenómeno que se expande allende fronteras y que llevándose a su extremo más radical ha alcanzado incluso a la saturación en las dos cimas más altas del planeta, desde hace algunos años ya en el Everest (Himalaya), y recientemente en el K2 (Karakorum). 

Un modelo que sin duda ha servido para lanzar económicamente a esos destinos, pero que, a la larga, si no se realiza con sumo cuidado y control, puede provocar efectos contraproducentes. La saturación de los destinos y atractivos turísticos, sumada al no siempre respetuoso comportamiento que tenemos ante ellos (suciedad, vandalismo, etc.), genera un indeseado deterioro y rotura de ecosistemas en entornos naturales, enclaves paisajísticos o en el patrimonio histórico y arquitectónico existentes, cuyo estado se entiende pretendemos conservar y mantener. Además de fomentar una actitud localista e individualista que propicia una lucha feroz de cada cual, de cada pueblo, de cada territorio, por atraer cada vez a mayor número de visitantes, a veces a costa de lo que sea. En definitiva, un deterioro del destino, cuya consecuencia es la pérdida de parte de su atractivo inicial y por ende de su interés (turístico, cultural, social).

Frente a esta visión de sobreexplotación, debemos plantear por tanto un desarrollo turístico sostenible, más enfocado a la protección, conservación, puesta en valor y mantenimiento del patrimonio histórico-arquitectónico de nuestra comarca, que a la explotación turística masiva.

Es por todo ello que, reconociendo enmendarme la plana a mí mismo -reitero-, me posiciono abiertamente por la sostenibilidad, conservación y mantenimiento frente a la masificación. Afrontar un desarrollo sostenible de la comarca y de nuestros pueblos, en el que el turismo sea una palanca importante, pero no la base en la que depositar todas nuestras esperanzas de futuro.

Debemos apostar por un crecimiento estructural y sostenible de nuestra comarca, con empresas, negocios y empleo estable que creen valor añadido, desestacionalizado y enraizado en nuestros pueblos, que aporten estabilidad poblacional y económica y aporten riqueza al mundo rural, siendo la vertiente turística un apoyo importante, pero no el motor principal.

Columnas romanas de "La Cilla", en "Los Mármoles" (Foto: J.C.Moreno)















A la vez, debemos también velar por la conservación de nuestro ingente patrimonio natural, histórico, arquitectónico y cultural, compatibilizando su puesta en valor con su protección, entendiendo ésta como todo lo que lo rodea (entorno, paisaje, hábitat natural, pueblos, medios de vida, etc.), huyendo de las masificaciones y, por el contrario, potenciando sus valores autóctonos para el buen uso y mejor bienestar social, manteniendo las características que le han conferido su especial valor. Un entorno saludable y protegido, para el disfrute en especial de los habitantes del entorno, con lo que se genera una afluencia recurrente, una mayor protección por sentimiento de pertenencia y también un flujo económico.

A diferencia de otros destinos, el Campo Arañuelo es una comarca diversa y en esa diversidad tiene su gran potencial. Debemos apostar por el desarrollo sostenible frente al oportunismo y la masificación, compaginando el uso turístico con los entornos que deben mantener su encanto por la tranquilidad, valor paisajístico, patrimonial e histórico. 

Juan Carlos Moreno