jueves, 4 de septiembre de 2014

CAMPDEVÀNOL, QUÉ GRAN DESCUBRIMIENTO

¡Qué espléndida gozada! Campdevànol ha sido un descubrimiento
Joan y Yolanda conversan ante
el centenario Desmai.

     Camino de Ribes de Freser y el Vall de Núria, o en dirección contraria retornando desde el Pirineo gerundés hacia la costa del Maresme, habíamos pasado por allí en docenas de ocasiones, pero con toda sinceridad no nos habíamos detenido nunca. Qué craso error hemos cometido tantas y tantas veces. Cuántas cosas buenas nos hemos perdido durante muchos años.

     Campdevànol, ese sencillo y trabajador pueblo crecido con el alma de una centenaria tradición industrial de la forja a la sombra de la capitalidad comarcal del milenario Ripoll y minorado en la actualidad por la acuciante crisis económica, es hoy día un tranquilo y reposado enclave en el que sosegar el ánimo es bien fácil.

Coqueto y cuidado hasta el extremo, la localidad se nos mostró franca y acogedora gracias a la exquisita hospitalidad de nuestros anfitriones y buenos amigos Joan y Coro que abrieron las puertas de su casa a nuestros corazones. Afecto, sencillez y amistad recibimos a raudales y sólo aspiramos a haberles compensado aunque sea en parte con nuestro cariño.

Yolanda y Joan paseando por la Ruta del Freser
     Tras una exquisita cena y una reparadora noche en el hotel rural La Sèquia Molinar, a la misma entrada de la localidad llegando desde Ripoll, mi mujer Yolanda empieza a desconectar del último año laboral, del que acaba de tomar las vacaciones. Un frugal desayuno abre la jornada. La matinal sabatina que nos habían preparado nuestros amigos nos permitió descubrir referencias de la localidad como el Hospital, la Iglesia de Sant Cristòfol, el Ayuntamiento, el Centro Cívico “La Confiança” (significativo y definidor nombre, que dice mucho de su población) o la Sala Diagonal, la casa teatral de nuestro querido Joan Murillo. Y al igual que en el callejear pudimos comprobar la bondad de las gentes de Campdevànol, el recorrido por la Ruta del Freser, en su tramo entre el Pont Vell y la Font del Tòtil, nos permitió disfrutar de un entorno natural muy bien estructurado e integrado en los límites del casco urbano.

   Es sabido que el caminar no está reñido con el buen yantar. Así que, tras el agradabilísimo paseo que nos ocupó hasta mediodía, nos dispusimos a deleitar una más que apetitosa barbacoa con que nos obsequiaron nuestros anfitriones hasta que la lluvia pertinaz y puntual empañó los cristales del acogedor salón donde discurrió la tarde entre charlas, amistad y el remanso de paz que transpiran Joan y Coro del que nos dejamos contagiar sin ambages.

            Volveremos.


Juan Carlos Moreno, 4-9-14

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